¿Película mediterránea bajo luz dorada con pasiones desatadas a ritmo de jazz? Juguetes rotos que flotan en el agua, personajes que huyen de sus vidas y no pueden hacer otra cosas más que reencontrarlas y repetirlas. Comedia romántica con tintes de thriller psicológico en paraíso soñado.
Álex comienza un trabajo como camarera en un restaurante de una isla griega. Allí se enamora de Max, el gerente norteamericano. Mientras su amor florece, se empiezan a descubrir inquietantes pistas sobre su oscuro y misterioso pasado.
Fernando Trueba vuelve al thriller muchos años después de aquella película extraordinaria “El sueño del mono loco”. Reconozco un trabajo metódico, una profesionalidad innegable, un gran director que homenajea a algunos de sus referentes (Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith). Pero a mi me ha tocado menos, porque al final lo que manda es la emoción y algunas escenas de la película sirven a la trama pero me resultan un tanto “acartonadas”.
Matt Dillon hace una magnífica interpretación, su personaje se desdobla. Es el clásico galán que va de frío, que juega con la distancia y la ambigüedad y que provoca desde una cierta ternura a miedo. Solo un pero: el aspecto físico de maduro que pasa mucho tiempo en el gimnasio no acaba de encajar dentro del papel: manager de restaurante, atormentado por su pasado, dedicado en cuerpo y alma al trabajo. Aida Folch, en el papel de Alex representa a la mujer enamorada y empoderada que no está dispuesta a dejar escapar la ocasión, le da la réplica y está a la altura.
Ya solo queda destacar la muy original fotografía de Sergio Iván Castaño que huye de la luz Sorolla y de los tonos turquesa para retratar una isla griega dorada y envuelta en las sombras.
La película inauguró el Atlántida Film Festival, el festival de Filmin.
Critica de #JMConte
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