“¿Qué ocurriría si alguien se percatara de que su existencia no es fruto del amor, sino resultado producido por un tubo de ensayo?” (Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?).
“Yo sólo quiero vivir. El cómo no importa” (La isla, Michael Bay).
El sueño por alcanzar la perfección, la inmortalidad, la belleza perpetua o la idea del súper hombre nietzscheano, así como la construcción de una sociedad idílica, imposible de crear en un mundo de diferencias y deficiencias, lo hemos reconocido en multitud de obras literarias (Un mundo feliz de Aldous Huxley, Utopía de Tomás Moro, Frankenstein de Mary Shelley, 1984 de George Orwell…) y en planteamientos filosóficos de autores como Saint-Simon, Charles Fourier o Ernst Bloch. El Séptimo Arte tampoco se ha cansado de mostrar esta ansia humana de ser algo más, de alcanzar el límite de la existencia y de su esencia, hasta que el sueño queda convertido en algo inhumano, nada utópico, sino distópico.
La inagotable búsqueda de la perfección, decepción ante las limitaciones de la creación, se orienta sobre todo en fijar las esperanzas de alcanzarlo a través de la tecnología y, por influencias de la obra de Frankenstein de Mary Shelley, se ha descubierto que la máquina, instrumento creado por el hombre, es la solución a la cuestión humana, pudiendo ser científicamente perfecta, capaz incluso de reproducir las emociones y el intelecto humano, hasta el punto de que el hombre llega a quedar infravalorado frente a ésta. Ejemplo de la teoría es la película de Yo, robot, de Alex Proyas, Matrix de los hermanos Wachowski o Eva, de Kike Maillo, que plantea la posibilidad de crear un robot programado con un nivel de emociones igual a las humanas.
Sin duda, Blade Runner de Riddley Scott se ha convertido en un clásico de notable transcendencia e influencia en el cine dentro del género de ciencia ficción, no sólo por su estética visual, sino también por su contenido temático. El guión sigue la base original de la obra de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y nos sitúa en un futuro en el que la vida se ha convertido en mercancía porque en el siglo XXI se ha alcanzado el extremo de la globalización y de la contaminación, hasta el punto de que se paga oro por seres no creados por la tecnología. Ambientado en una ciudad apocalíptica, imagen similar a la del Infierno descrito por Dante en la Divina Comedia, el autor expresa la máxima depravación de la ambición humana en la fuerte y poderosa compañía Tyrell, la cual ha conseguido diseñar un producto que alcanza la perfección del hombre: el Nexus-6. Sin embargo, más allá de ser materia industrial, estos androides acabarán presentando una esencia que, en palabras de su creador, les convierte en “más humanos que los humanos”, al poseer unas cualidades que han perdido aquellos que los persiguen: una conciencia muy desarrollada, un gran sentido de la moral, un afán de relaciones, el deseo de la inmortalidad y la búsqueda insaciable de su creador. Una reflexión acerca del origen y la esencia del ser humano.
Similar a ésta es La Isla, de Michael Bay, la cual retoma la trama que ya conocemos de El mito de la caverna y que nos presenta la situación de los que viven en un espacio que los mantiene supuestamente protegidos de la contaminación que ha asolado el planeta, pero que resultan ser unos clones, seres humanos generados a partir de células madre, creados por el dinero de aquellos que han invertido en un producto realizado a su imagen que les garantiza un futuro de salud y de bienestar. Nunca me abandones, de Mark Romanec, diferente película sobre el tema de la clonación, es otro grito y lamento por la inhumanidad de la manipulación de la genética humana.
No obstante, la teoría de vivir en una sociedad ideal, donde gobierne el orden, el control, la igualdad, la eficacia y la constante lealtad y servicio del ciudadano, no se ha agotado en ningún momento de la Historia. Como resultado de la aspiración de establecer el Reino de los Cielos en la Tierra, alimentada por la ambición y el egoísmo de unos pocos, hemos visto que se acaban generando, sin embargo, estados totalitarios que anulan completamente a la persona, convirtiéndola en esclava de una enorme maquinaria que busca alcanzar un estatus alejado del respeto a la verdadera esencia del ser humano. El cine es un perfecto espejo de esta realidad. En muchas películas, como por ejemplo la obra adaptada a la gran pantalla de 1984 de George Orwell o la exitosa trilogía de los Juegos del Hambre, basada en las novelas de Suzanne Collins, se presentan a los medios de comunicación, especialmente a la televisión, como el cuarto poder, con una peligrosa capacidad de controlar el pasado para manipular el presente y, con ello, el futuro. Otras formas políticas orientadas a establecer la utopía y presentadas en el Séptimo Arte son como la que descubrimos en Minority Report, novela también de Philip K. Dick y dirigida por Steven Spielberg, que busca un futuro donde se prevengan los crímenes, o la de Equilibrium, de Kurt Wimmer, donde el estado de Libria crea una cura que anula el sentimiento humano para evitar la violencia y el descontrol.
El cine es un laboratorio de formas de pensamiento, teorías y sueños, el cual nos demuestra que es imposible alcanzar el estado ideal de la existencia ya que para ello se debería prescindir del ser humano, esencialmente imperfecto, decisión que llevaría a la depravación y a la destrucción de la dignidad del hombre.
“Si hay un error, es humano. Siempre lo es” (Minority Report, Steven Spielberg).
Marta Gª Outón
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