El Premio Novel de la Paz 2006, Muhammad Yunus, soñó con fomentar el desarrollo económico “desde abajo”. Con la creación de un banco (Banco Grameen) decidió sacar a montones de personas de la pobreza con microcréditos. Sin embargo, ¿pueden los microcréditos sacar a una familia de la pobreza? El documental “Microcréditos” emitido por Televisión Española desmiente esta realidad ya que, 12 años después de la iniciativa de Yunus, esas familias siguen en la pobreza e ignoradas por las promesas idealistas de un hombre ambicioso. “Llegaron, hicieron unas cuantas fotos y después se fueron”, comenta uno de los afectados en el documental.
Por supuesto, con este caso descubrimos la otra cara de la moneda de la Cooperación al Desarrollo y es que la atractiva imagen de ayudar al desvalido puede alimentar un pozo de ambición. El poder que suscita la imagen de alguien famoso apoyando una causa y la potenciación de esta iniciativa y proyecto a través de la publicidad y lo mediático deja oculto una realidad más grave porque, por supuesto, los “ganadores” siempre hablarán de los éxitos, pero no del número de fracasos, que suelen ser más. El gran negocio de los microcréditos ha convertido las oportunidades de los más pobres en perpetuas deudas, sobre todo cuando éstas han de pagarse con altos intereses y en plazos muy pequeños: “Salir de la pobreza con un pequeño negocio suele ser difícil, sobre todo cuando lo tienes que devolver al poco tiempo”, asegura un especialista en el documental, especialmente porque no todos los pobres tienen espíritu emprendedor como para sacar adelante un negocio con unos pocos créditos que enseguida han de devolver; de esta forma, se perpetúa la deuda y la situación de pobreza. ¿Qué clase de negocio positivo es éste cuando los pobres tienen que pagar un 50% o hasta un 100% de intereses? Esto nos lleva a otra cuestión: ¿de verdad interesa hacer real esta ayuda? (ya que esto supondría un crecimiento de la clase media y, por supuesto, la ruptura del equilibrio económico global actual que fue asentado a partir del siglo XIX).
Así, descubrimos que los microcréditos se convierten en una dependencia agresiva e indefinida de los pobres hacia el banco que les da la ayuda. Los que mejoran y prosperan son los prestamistas; si de verdad los microcréditos ayudasen a descender la pobreza, los éstos ya no serían necesarios, pero esto, por supuesto, no interesa. Al final, un banco que se ha creado con la intención positiva de ayudar a la gente a salir de la pobreza se convierte en el mayor criminal al hacer que estas personas se vuelvan perpetuos esclavos que han de pagar cuando terminan los plazos con todo lo que pueden. Occidente, engatusado por el ideal de acabar con la pobreza, sigue dando una enorme cantidad de dinero por la causa (aunque estas cifras realmente caen en otras manos), porque los mejores cuentos son los que compran, no la realidad. La pobreza no es un problema de economía, sino un problema de actitudes.
Al final, después de un premio y una fuerte inversión en relaciones públicas, los pobres siguen siendo pobres y los ricos, más ricos. En el mundo, al final descubrimos que las ganadoras son las ideas, no los resultados, porque las ideas se lanzan al aire como ilusiones en un futuro paralizado por los intereses, la ambición y la corrupción.
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