Salomon Northup fue un hombre libre de Saratoga que fue raptado y vendido como esclavo. Durante doce años tuvo que trabajar para diferentes amos en las enormes plantaciones del sur de Norteamérica, renegando a su identidad y a su dignidad, pero siempre aferrado a un mismo sueño y esperanza: volver con su familia y a ser el hombre que era. Él fue uno de los pocos hombres libres raptados que recuperó su libertad y gracias a un libro que escribió, 12 años de esclavitud, se ha podido pasar a la gran pantalla esta increíble historia.
Destaca una fotografía realista, como la del siglo XIX, con esos grandes encuadres que acogen a los trabajadores reunidos frente al foco de la cámara para el retrato o inmersos en la labor de los campos, con mucha luz y tonos fuertemente contrastados, que resaltan la dureza del trabajo diario bajo el sol y sin descanso en esos rostros cansados y curtidos de los esclavos, quienes silencian sus palabras pero que con sus miradas lo expresan todo. La riqueza fotográfica de la obra es fruto del talento de Steve McQueen, quien antes de ser director de cine era fotógrafo y escultor, y que presenta claras influencias estilísticas de la nouvelle vague. Además de contar con un equipo artístico magistral, Steve McQueen siempre selecciona un elenco de intérpretes capaces de dar la talla en tal semejante drama: entre ellos, su actor preferido, Michael Fassbender, siempre presente en sus películas (Shame, Hunger) y de una ambigüedad no solo interesante, sino también inquietante; Chiwetel Ejiofor en el papel protagonista, a quien solemos ver como secundario en películas conocidas como Hijos de los hombres, 2012, American Gangster… pero que tras su aparición en esta historia, por su fuerza dramática y su imponente presencia en la pantalla, habrá acaparado toda la atención de futuros directores; e interpretando personajes menos importantes, pero igual de interesantes, Benedict Cumberbatch, el actor de moda tras protagonizar la serie de Sherlock de la BBC, Star Treck y El quinto poder, y Brad Pitt, quien además se encuentra a cargo de la producción de la obra.
Siempre desde el punto de vista de nuestro protagonista y a favor de los esclavos, Steve McQueen sigue cronológicamente el tiempo de esclavitud al que Salomon fue sometido, pasando por los diversos amos para los que tuvo que trabajar y trasladándonos a través de sus recuerdos a su vida en libertad, de felicidad, con su familia. Un relato muy realista que hace que los momentos más duros de la trata de esclavos puedan resultar excesivos y difíciles de seguir. El director siempre coloca la cámara durante el trabajo en las plantaciones, para captar la situación miserable de los hombres y mujeres de color y el sentimiento despectivo que todos ellos compartían hacia su situación como propiedad, como material de cambio y uso libre. McQueen, por su atento detallismo, se recrea sobretodo en la relación de los esclavos con los amos, en el reconocimiento de su trabajo y, bastante más, en los castigos que recibían por su excesiva muestra de humanidad, desobediencia o pobre efectividad.
Nos encontramos en un año en el que el cine busca recordar episodios de grandes desprecios hacia la naturaleza humana, historias protagonizadas por hombres y mujeres de color, como vimos en Lincoln, El mayordomo o Django desencadenado, con una mirada crítica de la situación que tantas personas vivieron y que durante tanto tiempo ha permanecido silenciada, tema tabú en la historia de Norteamérica, de donde se están sacando a relucir extraordinarios y a la vez espeluznantes dramas. Con esta obra, el director pretende contarnos la vida de un hombre libre que sobrevivió en la esclavitud, que resistió el dolor y la inhumanidad por una esperanza, por seguir aferrado a su verdadero ser, su interioridad, a pesar de que su identidad y su dignidad le fueron arrebatadas una vez que sus manos y sus pies volvieron a quedar atrapados en las cadenas.
Sin comentarios