Hace unas semanas nos acordamos del Día de la Mujer, pero algunos nos olvidamos de que hoy es el Día Internacional de Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud; un título que puede resultar excesivamente largo y redundante si no reconocemos el sentido y el valor que conllevan cada una de las palabras que lo caracterizan.
Es un Día Internacional porque acoge eventos y situaciones que han acontecido y siguen sucediendo a lo largo de los siglos por todo el globo terráqueo. Cuando hablamos de esclavitud, enseguida nos viene a la cabeza los exagerados intercambios humanos durante el siglo XIX, la trata de negros especialmente, alimentada por el cine de Hollywood en películas que tanta repercusión han tenido y que no han dejado de generar conciencia social sobre estos hechos tan escandalosos (“Tiempos de gloria”, “Amistad”, “Amazing Grace”, “Criadas y señoras”, “12 años de esclavitud”…). Sin embargo, el tema de la esclavitud no se puede cerrar sólo al siglo XIX y menos aún a una raza en concreto, pues afecta a religiones, culturas, políticas, instrumentos de comunicación…
El recuerdo a esas víctimas recoge tiempos que nos pueden resultar lejanos, desde las primeras civilizaciones, como por ejemplo, Egipto, Roma o Babilonia (destaquemos filmes que hablan sobre ello como “El príncipe de Egipto”, “Espartaco” y “Quo Vadis”), hasta posibles futuros (la humanidad sometida a la tecnología, como predice la película de “Matrix” o “Blade Runner”). La decisión de unos pocos de considerar a otros más débiles, sin valor, lastre de progreso o de intereses, convierte a la humanidad en una carrera por someter, eliminar y controlar violando el valor intrínseco que la persona posee; el autoproclamarse dioses sobre los demás tras convencerse de que su plan en la tierra es el “elegido” para dominar, o incluso el pensar que “soy mejor que tú” por disfrutar del beneficio de vivir en unas circunstancias u oportunidades diferentes, es origen de múltiples de agresiones, conflictos y agenda de intereses que consumen día a día el mundo.
No sólo es esclavo el que posee las manos y los pies atados con cadenas, tampoco el que trabaja cual animal en el campo para un señor, ni el que durante generaciones ha sido maltratado y perseguido por envidias, odios e incluso miedos, sino también el que sufre el silencio, el que padece el engaño, la manipulación de la información, de la verdad, del pensamiento, el que lucha por unos derechos no reconocidos, el que desea y no puede… Esclavos siguen siendo en Venezuela aún después de 160 años, cuando se abolió allí oficialmente por el presidente José Gregorio Monagas, cuando la represión del gobierno silencia las voces, controla la información y el pensamiento. Esclavos hay todavía en Turquía, con la nueva ley de bloqueo del Internet, y en África, donde inmigrantes padecen la presión de mafias o donde grupos étnicos y religiosos son asesinados, como en Centroáfrica. Esclavos son también en Corea del Norte, país encerrado a la apertura internacional, coaccionado por un estado totalitario. Pero también es esclavo el que opera con muerte y violencia en nombre de una religión…
Esclavos fuimos, somos y seguiremos siendo si no reconocemos el valor del ser humano, el nuestro propio y el del otro, y lo convertimos en tesoro a nuestros ojos y para el resto del mundo. “Sólo el amor nos permite escapar y transformar la esclavitud en libertad” (Paulo Coelho).
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