No volveremos a ver su particular figura caminar por las calles de nuestros barrios. Y lo que es peor, no volveremos a escuchar su voz en el Principal, El Muro, Dabadaba y ninguna de esas otras salas en las que ha compartido con nosotros su música durante su larga y personal trayectoria.
Rafael Berrio se ha ido como los grandes, en el momento álgido de su carrera. Y es que, a diferencia de otros que triunfaron antes de llegar a los treinta, él ha vivido probablemente su mejor época superada la cuarentena. Aunque hablar de éxito o triunfo no tiene mucho sentido en una carrera tan personal y única como la de Berrio. Un carrera que empezó hace casi cuarenta años cuando formó parte de UHF, una de las bandas que dieron nombre al primer y original Donosti Sound. Después llegaron “Amor a Traición” y “Deriva”, grupos que también dejaron su sello en la ciudad. Los míticos locales de ensayo de Amara fueron testigos de su particular evolución que parecía empeñada en huir de cualquier forma de estándar comercial. Pero sería entrada la última década cuando encontró su estilo más personal firmado una más que interesante carrera en solitario a la que aun le quedaba mucho por decir.
El destino ha querido que sea ahora, cuando sus amigos de la música, el arte y la vida cultural de la ciudad no pueden despedirle; al menos no de la forma en la que estamos acostumbrados. Aunque tratándose de él, no podía ser una despedida normal.
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