Las heridas más difíciles de sanar son las que han sido provocadas por la división fraterna en las guerras, el odio expresado a través de las líneas ideológicas y el rencor hacia lo que la persona representa. La Guerra Civil española (1936-1939) es el duelo que arrastra el país, que aún no se ha conseguido consolar y al que no se ha enterrado ni después de la proclamación de la paz.
Óscar Parra de Carrizosa (“Abrázame”, “Presencia”, “Los hijos de Mambrú”) rescata la historia de unos mártires dominicos del pueblo de Almagro que sufrieron los actos del odio y de la guerra en España y, sin pretensiones ni rencores a ideologías, ofrece la redención a ese sentimiento que aún divide al país y a un acontecimiento histórico del que no se consigue pasar página. El director manchego ha escogido hacer un largometraje ambientado en la Guerra Civil española, pero donde ni el conflicto bélico ni los eventos políticos son los protagonistas, sino la historia real del martirio de los que lo vivieron –un grupo de novicios y curas- y de los que lo presenciaron y tomaron partido –los milicianos del pueblo de Almagro-; una mirada hacia el sentido que empuja a jóvenes y no tan jóvenes a aceptar la muerte por amor.
El director demuestra su responsabilidad a la hora de narrar el acontecimiento, ya que ha seguido una documentación rigurosa del lugar donde éste aconteció –el rodaje se ha llevado a cabo en el convento de Calatrava y en el pueblo de Almagro, lugar donde se desenvolvió el desastre-; ha recogido información detallada de las personas que lo sufrieron y sobre el sentido del martirio. La decisión de escoger a intérpretes desconocidos, en su mayoría jóvenes, para protagonizar la película tampoco es casualidad; su compromiso con la verdad le ha animado a dar prioridad a los personajes y no a los actores y, aunque el grupo desfallece en ocasiones en otorgar mayor naturalidad a sus interpretaciones, el sentimiento que expresan todos ellos es real y conmovedor.
La película comienza con un diario de la vida comunitaria en el convento, que se convierte en un recorrido hacia el martirio después del estallido del conflicto. El director da prioridad a los primeros planos para subrayar el sentimiento de los protagonistas, pero también introduce impactantes puntos de vista de los personajes que elevan el espíritu de la persona, le domine el mal o el bien, aunque la cámara no toma partido de la historia, tan sólo se convierte en la mirada testimonial del evento. La música de Raúl Grillo tampoco pasa desapercibida, pues realza el sentido del dolor y de la emoción que vivieron los dominicos.
Es una historia que rescata el martirio que sufrió el 80% del clero en España durante esos años, pero que ni mucho menos se debe relacionar sólo con lo que se ha sufrido en este país; aún hoy en día se viven persecuciones y asesinatos, verdaderos holocaustos, a personas por su fe, por lo que viven y representan. El director nos invita a ver la Guerra Civil con otros ojos y, a través de un acontecimiento particular, nos da la solución a todos los conflictos y odios que aún afectan al mundo: redención a través del amor y el perdón.
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