El Festival de Cine Fantástico de Sitges recibe hoy el estreno de “Good Boy”, una de las propuestas más singulares de esta edición. Dirigida por Ben Leonberg, la película ofrece un punto de vista tan original como arriesgado: narrar una historia de terror desde la perspectiva de un perro.
La cinta, de 72 minutos de duración, combina el suspense con un retrato psicológico que explora la conexión entre lo humano y lo animal, invitando a reflexionar sobre el miedo, la soledad y la fidelidad más allá de lo racional. El perro protagonista, Indy, percibe presencias invisibles para los humanos y se convierte en el inesperado guardián de su dueño frente a fuerzas que escapan a toda lógica.
En el apartado técnico, destacan la cuidada fotografía de Wade Grebnoel, que mantiene la cámara a ras del suelo para hacernos partícipes del punto de vista canino, y la banda sonora minimalista, que potencia el desconcierto y la tensión sin abusar de los efectos sonoros.
Sin embargo, y pese a lo interesante de su planteamiento, la ejecución se queda corta. Good Boy parte de una idea potente, pero da la sensación de contenerse justo cuando debería soltarse. En un festival como Sitges, donde el público busca sensaciones intensas y un terror más explícito, la película parece quedarse a medio camino.
Hubiera ganado fuerza con más escenas de fenómenos paranormales, que la acercaran al espíritu fantástico que caracteriza al certamen y la hicieran más aterradora. Su tono medido y su apuesta por la sugerencia tienen mérito, pero terminan restando impacto a una historia que prometía más de lo que finalmente ofrece.
Aun así, Good Boy es una propuesta interesante, una rareza dentro del género que invita a mirar el miedo desde una perspectiva inesperada. Una de esas películas que, aunque no aterren como podrían, dejan huella por su originalidad.

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