Limbo es una de esas pequeñas joyas que te encuentras por sorpresa entre otros títulos previsiblemente más llamativos. Es cierto que contaba con ese sello que Cannes otorgó a 56 films para la edición que no pudo celebrar pero llegaba a San Sebastián sin hacer apenas ruido y dentro de una sección aparentemente menor como es la de Nuevos Directores.
El escocés Ben Sharrock, conocido en aquí por Pikadero su ópera prima, da un salto cualitativo en su segunda película para contarnos con gran originalidad las desventuras de un grupo de emigrantes. La película nos presenta a un refugiado Sirio tratando de salir adelante en las remotas tierras escocesas, en las que nada será parecido al sueño buscado. Un argumento similar al de muchas otras películas que sin embargo es planteado con gran brillantez gracias a un genial manejo del sentido el humor y la puesta en escena. Sharrock nos demuestra que una risa puede ser perfectamente eficaz para hacernos reflexionar sobre temas tan terribles como este. Y si ademas lo acompaña un planteamiento visual tan sorprendente y atractivo, la película se convierte en una candidata a triunfar en un presumiblemente largo recorrido aquí iniciado.
El film está lleno de elementos simbólicos que juegan a favor de la historia y el tema de fondo, como el laud que acompaña al protagonista, la influencia de la cultura del entretenimento americana que todo lo inunda y los gallos de una granja vecina que no aceptan al nuevo inquilino que trata de integrarse en el corral. Todos estos elementos los maneja con gran acierto el director para sacudir al espectador sobre la realidad en la que vivimos de una manera quizás más eficaz que otros dramas del cine social. Con estas herramientas el escocés se presenta como uno de los autores a los que seguir la pista. Es posible que este extraño año, sin la referencia del gran Festival francés, nos encontremos con más sorpresas como esta y que la calidad esté más repartida entre las diferentes secciones.
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