«PÁJAROS DE VERANO» de Ciro Guerra y Cristina Gallego
La acción transcurre en La Guajira colombiana, habitada por clanes de afro-descendientes celosos de su saber ancestral. La película está basada en hechos reales.
Si hay familia hay honor. El clan está por encima de la amistad. El palabrero transmite la cultura entre generaciones y debe ser respetado, pero el dinero todo lo ensucia. Apartarse de la tradición tiene consecuencias violentas e inciertas.
Las gafas de sol de aviador, las armas y los coches nos devuelven al siglo xx, pero esta historia en realidad no tiene tiempo, en este mundo de superstición, los sueños hablan, los pájaros traen presagios, los espíritus advierten, los talismanes protegen, los sacrificios resuelven.
De las tumbas se exhuman cadáveres a los que hay que dar una morada definitiva, también armas y dinero con las que sembrar la destrucción y la muerte física o en vida.
No hay atajo sin dolor. Para conseguir la dote se iniciaron en el tráfico de marihuana con una comuna hippie. El dinero se contaba a peso, y transformaba los burros en avionetas, las chozas en chalet de lujo con chinchorros. Entre tanto crecía el catiro de mal beber y de mal vivir, cuya inconsciencia y lascivia acaba desencadenando la guerra entre los clanes.
Hay escenas bellísimas: coches en la noche sobre un desierto de sal, la casa familiar reventando en llamas como si fuera una acuarela de Turner. Se acabó la vaina.
Banda sonora muy cuidada donde el ballenato se alterna con los ritmos tribales y con los dichos de los palabreros en sus lenguas ancestrales.
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