Un film de María Alché, representante del nuevo cine argentino, que recibió el premio Horizontes del Festival de San Sebastián.
Todo transcurre entre el duelo por ese pasado deshabitado, marcado por la muerte de la hermana de la protagonista y la ilusión por un futuro que no se materializará. En medio está el día a día marcado por los hijos adolescentes que viven en su ensimismamiento permanente y la gran familia que niega los trapos sucios a quien interesa más la herencia que revolver el pasado. Pero si no desciframos el pasado ¿cómo vamos a entender el futuro? Aparece entre la herencia un terreno ignorado como metáfora de caminos inexplorados.
Desconcierta el cambio de ritmo entre momentos íntimos y escenas familiares corales que remarcan un dolor fuera de contexto que la protagonista decide autocensurar. Hay un tercer plano de carácter más onírico envuelto en música en el que se revela la pasión verdadera de los personajes. Aquí todo vale: el baile como catarsis, la interpretación dentro de la interpretación a veces próxima al teatro de guiñol, padre ausente e ignorado que reprocha brecha intergeneracional cantando como si fuera Pimpinela, … Son recursos expresivos que marcan el estilo de la autora y que encajan de forma desigual dentro del conjunto.
La película está llena de hallazgos visuales. La luz se cuela a través de las cortinas que van definiendo a la mujer que queda atrapada en ellas como si fuera una crisálida condenada a no renacer.
Es una película compleja y fascinante en la que destaca la interpretación contenida de Mercedes Morán en el papel de Marcela, una mujer desbordada de quien soy cómplice por la emoción que transmite su impecable trabajo.
Crónica de #JMConte
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