EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU PIEL

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¿Puede convertirse la piel humana de un refugiado en un lienzo? ¿En nombre de la denuncia de las injusticias sociales se puede cometer cualquier atropello contra la dignidad humana? Esta coproducción, entre otros del prestigioso Canal Arte, recrea el mito de Fausto a la vez que cuestiona el mundo del arte contemporáneo. ¿Dónde termina la verdad y donde comienza el negocio del arte como concepto? La película, de paso, aprovecha para denunciar los conflictos enquistados y olvidados como la guerra de Siria, y las consecuencias de nacer en el lugar equivocado.

Sam Ali, un joven sensible e impulsivo de Siria, abandona su país poniendo rumbo hacia el Líbano huyendo de la guerra. Para poder viajar por Europa y vivir así con el amor de su vida, acepta tatuarse la espalda a manos de uno de los artistas contemporáneos más importantes que existen. Tras convertir su cuerpo en una prestigiosa obra de arte, Sam comprende poco a poco que su decisión implica todo lo contrario a lo que él deseaba en un principio: la libertad.

A todo lo dicho hay que añadir una magnífica fotografía de Christopher Aoun, una potente banda sonora de Amin Bouhafa, unas sorprendentes localizaciones, unas puestas en escena en las que no se ha escatimado ningún gasto. Y sin embargo el guion no acaba de funcionar, la recorre de principio a fin una historia de amor que no me acabo de creer. ¿Qué ve la bellísima coprotagonista en Sam Alí? Les falta química. Tampoco resultan creíbles determinadas escenas más propias de una película de Bolliwood que de una sesuda coproducción europea. La película tiene un punto naif, que no encaja con sus pretensiones.

Ben Hania, el director, inspirado en una pieza real, elabora una sátira que si bien no funciona del todo, tiene momentos memorables que sin duda nos harán reflexionar sobre el mundo en el que vivimos.

Critica de #JMConte

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