Después de un largo verano sin grandes películas en cartelera, llega Tarantino dispuesto a reconciliarnos con el cine. Su novena película es una nueva declaración de amor a este arte, espectáculo, negocio o todo a la vez como es el caso de su filmografía. Si en otras ocasiones homenajeaba géneros menores (spaghetti westerns, samurais, dobles sesiones, blaxplotation,…) elevándolos a una categoría superior, ahora parece rendir homenaje a la industria del cine en sí misma en su primera inmersión en eso que llaman «cine dentro del cine».
“Erase una vez en Hollywood” se desarrolla en el emblemático año 1969 en el que terminaba de morir el viejo Hollywood dando paso a una nueva hornada de cineastas que supusieron un soplo de aire fresco y dejaron grandes clásicos que aun perduran. Roman Polanski y su “Semilla del diablo” representan esa nueva generación que sepultó definitivamente a las últimas estrellas que se resistían a abandonar su estatus aferrándose a la pantalla aunque fuera en la televisión o en películas de segunda categoría, como el personaje que interpreta aquí Leonado Di Caprio. Ese simbólico momento coincidió con un fervor social impulsado por una juventud desilusionada, en un contexto político marcado por la lucha contra la segregación y la guerra que dio origen al movimiento hippie. Ambas crisis (la social y la de Holywood) convergen en la pareja Polanski-Sharon Tate protagonistas involuntarios de esta historia.
Como en otras de sus películas, Tarantino se toma su particular revancha histórica ofreciendo su personal visión de los hechos o de cómo le hubiera gustado que ocurrieran, igual que hiciera con Hitler y su séquito nazi o con quienes hacían negocio con la esclavitud. Además de ese afán de justicia, también siguen estando presentes sus divertidos diálogos, una banda sonora repleta de hits de la época y todos esos elementos que configuran su definido y característico estilo cool. Acercándose a su décima, sin embargo, se percibe cierta sobriedad y mesura en la utilización de todos estos recursos y en el manejo de la cámara, acercándose quizás a su madurez como director.
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