Dos películas dieron fuerza, elevaron el nivel medio y dejaron tambaleando la Sección Oficial del Festival de este año en Gijón. Ambas, muy diferentes entre sí dejan un poso de aturdimiento; muy turbadora una (“Hors Satan”) y deliciosa otra, la francesa “Un amour de jeunesse” de Mia Hansel-Love donde los recovecos del amor te dejan pensando sobre ella muchas horas después de verla. Son dos largometrajes muy dignos e interesantes.
“Hors Satan” que se ha vendido y presentado como un “Dreyer en color” (si es que tenemos en mente aquella obra maestra de la historia del cine mundial que es “Ordet”), está dirigida por Bruno Dumont, un director abonado a los círculos exquisitos de filmotecas y retrospectivas de responsables inquietos. En Gijón se le dedicó una retrospectiva pasada. Su película, que fue presentada en el pasado Cannes, poco a poco va produciendo una inquietud casi terrorífica y, a pesar de que su ritmo es lento, se dejan ver en ella los símbolos opacos de una arriesgada puesta en escena, seca, gélida y que, distante para muchos, a otros nos ha dejado tocados. Cuenta la historia de un demonio en la piel de un inquietante ser, que protege a su amada, además de exorcizar los demonios de la gente que tiene a su alrededor. Y toda esa inquietud, de un diablo metido en la coraza de un personaje cuyo rostro aterra, se va pegando en la retina con una laceración que pone los pelos de punta. La película no tiene el estilo de un Lars Von Trier místico (si lo buscáramos en “Bailar en la oscuridad”, mejor que en su fallida “Melancholia”) ni un Bergman apocalíptico. Lo mejor de todo es que Bruno Dumont adopta, cosa complicada, un estilo propio (a pesar de las similitudes dreyerianas) y hace de su película una “rara avis” moderna y enormemente reconfortante. Si las quinielas no buscan un reintegro, debería alzarse con un premio importante en Gijón. Ha sido mi favorita.
Sin embargo, en “Un amour de jeunesse”, –su tercer largo-, la realizadora francesa Mia Hansel-Love (muy querida en este Festival) incide en la imposibilidad de un amor eterno, que lleva a dos jóvenes a coincidir, tras una deliciosa relación, después de unos años de dejarlo. El no olvidarse del otro, porque la joven nunca ha dejado de amar al caradura de su ex – novio, que le toma el pelo cada media hora que habla con ella.Uno se merece un bofetón por caradura y la otra por inocente pero, aún así, es un largometraje con muchos puntos de interés. Se dejan ver en ella, ecos a lo Rohmer en sus diálogos y situaciones. Mia Hansel-Love ha recogido del maestro la herencia por dejar a sus protagonistas presas del devenir de los sentimientos, con la falta de integridad como fondo, la duda por no ser correspondido y el dolor ante la pérdida definitiva. En este caso, desde el punto de vista femenino, queriendo dar prioridad al sufrimiento de ese amor, al más puro estilo nouvelle-vague.
Han sido dos películas muy meritorias. Otra cosa es que los jurados de los festivales de cine se lancen la patata ardiendo de un tejado a otro y premien cosas como “Faust”, que son insufribles, donde se cuentan las cosas en imágenes muy bellas pero, en definitiva, no se dice nada.
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