FiCXixón 2011: Filosofía existencial

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Dos ofertas muy diferentes, en forma y contenido se presentaron en otra jornada de la 49 edición del Festival Internacional de Cine de Gijón.

Por una parte, el cine activista de la argentina “El estudiante” de Santiago Mitre. A parte de que algunos diálogos se me escapaban, cosa que me ocurre en muchas películas argentinas, es un cine muy bien llevado por sus ágiles golpes de guión y la acción llega a un final que, aunque un tanto predecible, resulta lógico para el conjunto de la obra. El cómo se deja llevar un estudiante por su actividad política en una universidad de Buenos Aires, es la excusa para arrastrar a unos personajes por la necesidad de una identidad en un país con un pasado farragoso y un futuro que de esperanzador se vuelve necesario, donde parece contar que uno no se puede fiar de nadie, sólo de sus ideas, para llevarlas a un final donde la desconfianza quede anulada por la exigencia de un sentimiento propio. Todos esos cambios de ideas, la inseguridad y el honor quedan plasmados de manera perspicaz por su realizador. Además, es un largometraje bien dirigido, interpretado y entretenido.

Y uno de los pesos pesados (en todos los sentidos) de la Sección Oficial ha sido el último León de Oro en Venecia, “Faust” del director ruso Alexandr Sokúrov, donde ha adaptado libremente la obra de Goethe. El que vea en sus brillantísimas y bellísimas imágenes (sólo igualadas este año por la excelsa fotografía de la obra maestra “El árbol de la vida”) un canto a la lujuria, avaricia, el amor, Dios, la contrariedad y la duda de los conocimientos científicos, la incertidumbre y la naturaleza humana supongo que se sentirá transportado más allá de lo que transmiten sus escenas. Yo no vi mucho más que eso. Es una colección de diálogos sobre cómo pisa en el mundo el Doctor Fausto, en 134 minutos de tragedia existencial, que a veces roza lo escatológico, y otras la belleza plástica adornada en tonos blancos, ocres y verdosos cobra protagonismo sobre lo que se cuenta que, en la mayoría de las ocasiones no es mucho más que los pensamientos hablados de su protagonista. He leído que tiene ecos de Cronenberg. Nada más lejos de la realidad. El primero adapta al cine la deformidad y la enfermedad como desencadenante de una fe que lleva hacia lo inexorable, sin buscar una explicación. Sokurov lo hace desde el punto de vista de un fin como llegar a un medio donde el pensamiento sea el camino hacia la solución o como la búsqueda más eficaz para conseguirlo. Es decir, Cronenberg no busca círculos, Sokurov sí.

Filosófica y abrumadora en todos los sentidos, es la tercera parte de la trilogía que el director completa sobre la naturaleza del Poder. Por mi parte, si todos sus protagonistas hubiesen bailado watusi me hubiese quedado igual. Es una película difícil de ver y, supongo, que afín a los seguidores del realizador. El problema de ella es que no le veo una acción, una línea que me haga seguir enganchando hacia un final que cierre, consecuentemente (ya sea por medios filosóficos o no) el conjunto de esta obra. Igual, si el héroe hubiese sido el Julian Sorel de la incólume “Rojo y negro” de Stendhal hubiese escrito cosas muy distintas.

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