Llegó el cine entretenido con mayúsculas a la Sección Oficial. Aterrizó el cine sin fisuras, meditado bajo el conocimiento de las bases de la tensión dramática, el cine político y con una historia que te atrapa. Porque a pesar de que su historia de amor está metida a la fuerza, sobra, y Clive Owen me parece más seco que un palo, James Marsh (aquel que nos engatusó con un documental magnífico que fue “Man on wire” en 2008), nos ofrece en “Shadow dancer” una película que ha engalanado Gijón desde el momento en que se estrenó a los medios.
Empieza con una escena de alta tensión, el de una mujer terrorista que coloca una bomba en el metro de Londres. Por cierto, la magnífica interpretación de Andrea Riseborough ha sido la mejor vista hasta ahora en la Sección Oficial a competición, por encima incluso de la premiada interpretación de las féminas de “Beyond the Hills” en el pasado Cannes.
“Shadow dancer” bebe de las mejores fuentes del actual cine de género británico; aquel que ofrece la versión feroz del cine político del IRA, el del terrorismo a pie de calle, reivindicativo y marcado fuertemente por el desgarro y la triste historia de la Europa reciente. Y plasma, pega y corta las características de la duda, el bien y el mal en base al pasado de una familia que ha vivido la ausencia de un ser querido, un niño que ha sido asesinado. Y se despega, se recorta y se cuelgan así los términos conceptuales de un cine necesario; el que hace que no nos olvidemos de que allí arriba hay gente que tiene un pasado que le hace daño y que tan bien nos ha regalado el mejor Ken Loach, el de “Lloviendo piedras”, “Agenda oculta” o “Ladybird, ladybird”. Ha sido hasta ahora la mejor de las películas a competición en Gijón. Las que vengan después, si no son mejores, deberían de gozar de la gracia que muchas veces regalan los jurados de los festivales; aquel que ve más allá que otros en películas que muchas veces no se aciertan a comprender. Aún así, “Shadow dancer”, sin nacer como una obra maestra, es una película tremendamente entretenida, bien construida y con un final que te deja helado. Se gana el notable amplio.
Por otra parte, y muy diferente en la temática y planteamiento teníamos la frescura por animar a introducirnos en el siempre apasionante mundo gótico de H. P. Lovecraft de la plástica “The whisperer in Darkness” del realizador Sean Branney. Las fuentes provienen de The H. P. Lovecraft Historical Society, un grupo de jugadores de rol adictos al universo del célebre escritor que en 2005 decidieron dar el salto a la realización audiovisual adaptando, en un cortometraje mudo de 47 minutos, la legendaria obra The Call of Cthulhu, una de sus más celebradas lecturas. Aquí lo hacen, basándose en una historia de horror y ciencia ficción (cuya parte es la menos atrayente de la película…) escrita por H.P. Lovecraft en 1931. La película, estéticamente impecable, se deja llevar por el universo clásico de la fuente a la que pertenece y su terror queda adormecido por una sobredosis de “terror naif” que peca de pueril. Aún así, hará las delicias de todo aquel al que le guste y disfrute con este tipo de terror, sobre todo por lo artístico de su puesta en escena, que es muy raro de ver en las pantallas del cine actual. Ya sólo por el esfuerzo que supone el adaptar a la pantalla grande un cuento de estas características se merece un respeto. Lástima que su suspense empiece muy bien planteado y luego se desinfle. Pero quiere marcar las reglas del terror clásico, jugando con el blanco y negro, el misterio, las voces del más allá y tantos otros juegos de un misterio con el que hemos crecido muchos que la convierten en una apuesta simpática y agradable.
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