Ópera prima que ensambla el cine social con otros géneros. Cuando no se tiene nada, la fantasía puede transformarlo todo. Un bloque de viviendas de los suburbios se puede convertir en una estación espacial, en un universo donde un pequeño príncipe negro visita otros planetas que nos remiten al nuestro. Me enternece ver al joven protagonista, como aprendiz de Quijote, aferrándose a sus sueños de astronauta y a lo único que le queda: su casa de protección social, sus vecinos. La “banlieue” deja de ser el lugar de vergüenza y marginación del que todos quieren huir, se presenta sin edulcorantes como un espacio de convivencia, no se siente la vergüenza de ser pobre.
Yuri de 16 años ha vivido siempre en las Torres Gagarine en las afueras de París y sueña con ser astronauta. Cuando se entera de los planes para demoler todo el bloque de apartamentos, Yuri se embarca junto a sus amigos Diana y Houssan en una misión para salvar el edificio, transformándolo en su peculiar «nave espacial» antes de que desaparezca en el espacio para siempre. La película fue rodada en colaboración con todos los residentes reales de las torres, en el momento álgido del conflicto sobre la demolición del proyecto de viviendas Cité Gagarine, en Ivry-sur-Seine.
En competición en la Sección Oficial de Cannes de 2020 y la Sección Oficial del Festival de cine europeo de Sevilla, donde su protagonista Alseny Bathily (Yuri) se alzó con el premio al mejor actor del festival, el primer largometraje de los cineastas franceses Fanny Liatard y Jérémy Trouilh es un homenaje a Ciudad Gagarine, el famoso edificio de apartamentos de las afueras de París demolido en 2019.
Critica de #JMConte
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