Entrañable y sensible, resulta este relato sobre el tránsito de la infancia a la adolescencia contada a través de los ojos de una niña que ha de afrontar e intentar entender sus particulares circunstancias familiares. Centrándose en las experiencias propias de su edad, navega con soltura entre la ingenuidad y la curiosidad, con contrapuntos emotivos, en un contexto escogido con el propósito de subrayar los contrastes.
La naturalidad impera en su puesta en escena e imbuye a las imágenes de realismo, aproximando la película a las hechuras de un falso documental. No obstante, sin perder esa aparente espontaneidad, sufre de algunos marcados altibajos en el tramo final, minimizados por un desenlace redondo.
La acción nos lleva a la Zaragoza de 1992. Celia, alumna de un estricto colegio religioso, empieza su particular viaje de descubrimiento de la mano de Brisa; una nueva compañera huérfana recién llegada de Barcelona. También comenzará a preguntarse por qué su madre no le cuenta quién era su padre, al que nunca conoció.
La historia, de aires nostálgicos, transcurre como el retrato cotidiano de un grupo de niñas que parece captar una cámara oculta. Sus inquietudes y pequeños atrevimientos se recogen casi siempre en un tono desenfadado, propio de una comedia juvenil desprovista de artificios. Precisamente por ello se debe destacar la manera en que destapa sin estridencias su vertiente dramática, ocasionalmente subrayada por matices crueles.
Su resolución le confiere un carácter circular, aunque el punto de partida y destino ha cambiado ostensiblemente.
El formato 4:3, prácticamente cuadrado, y la realización, que por momentos recuerda a una filmación casera, contribuyen asimismo a conseguir las apreciables cotas de verosimilitud que depara.
Se han de aplaudir igualmente la sobresaliente dirección de las jóvenes actrices y el acierto pleno de los responsables del casting. La debutante Andrea Fandos deslumbra desde su enorme expresividad. No le va a la zaga el resto del reparto, si bien se procura dejar en segundo plano a los intérpretes adultos, lo cual no impide reconocer el buen trabajo de Natalia de Molina.
La ópera prima de Pilar Palomero, autora del guion, permite augurarle una carrera llena de éxitos.
Crítica realizada por Eduardo Casanova
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