Oskar Alegría «Zumiriki es una película no hecha para vivir, sino para sobrevivir»

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Teníamos muchas ganas de charlar con él, más aun después de su éxito en el pasado Festival de Venecia donde se dijo de su última película que era «la más inclasificable de todas las programadas». Gracias a las nuevas herramientas hemos conseguido hacerlo, aunque sea en remoto, ya que sigue viajando impulsado por la gran acogida que está teniendo Zumiriki más allá de nuestras fronteras.

1. Sé que te pillamos de viaje, ¿Continúa la ruta triunfal de Zumiriki por Festivales de todo el mundo?

La ruta continúa, eso es cierto, lo de triunfal prefiero no pensarlo o ponerlo en remojo. Para ello tengo buenos centuriones, como los que usaban los emperadores romanos para que les susurraran al oído en sus paseos victoriosos aquello de “recuerda que eres mortal, recuerda que eres mortal”. Pues eso, creo que es fundamental estar con los pies en la tierra, no perder el suelo, a pesar de haber hecho un filme que pretende acabar suspendido en el aire, subido a los árboles de la infancia, y eso tras el estreno se está prolongando. Acabo de hacer un viaje de 20 días en los que he estado más en el aire que en el suelo. Volando por festivales de Italia a China, de China a La Habana y de ahí a Lima, volviendo a casa por el Pacífico. Girando la espalda del mundo. Pero nada como despegar y aterrizar para tener en mente la mayor de nuestras debilidades.

 2. Adentrémonos en Zumiriki y en su particular forma de elaboración, ¿Cuánto de guión previo existía antes de lanzarte a tu particular naufragio?

Me gusta ver el guion como un mapa en blanco. Y así fue. La zona donde se celebra el rodaje y la experiencia es un paraíso vacío, un mapa sin nombres porque apenas el hombre lo ha pisado. Es una ribera en un desfiladero del río Arga, una pared que cae al agua bastante inaccesible por tierra. Parece una definición del Orinoco pero es increíble que a media hora de mi casa en Pamplona todavía haya un lugar donde se llega antes por agua que por tierra. Y lo mejor, en los extremos de ese mapa en blanco hay dos topónimos que ya nos lanzan irremediablemente a la aventura. Por un lado está Sargaiz, un terreno definido por la dificultad de atravesarlo. Y por otro, Zubiurrutia, que es una bella manera de nombrar lo lejano, lo inalcanzable, lo que está lejos del puente, literal. Por eso, el guion por el que me preguntas es un espacio en blanco donde todo cabe. Es imposible saber qué vas a escribir y filmar allí. Sería un pecado dejar pasar de lado ese escenario tan apto para practicar la noble hazaña de sentir. Un paraíso secreto que se extiende entre lo remoto y lo impenetrable, sin duda es el mejor guion que he tenido nunca entre manos.

3. No sé si podrías decirnos el presupuesto, sino al menos me gustaría saber con qué medios (técnicos y humanos) has contado.

Ha sido una gesta de mínimos. Todo pagado de mi pequeño bolsillo y con un aulozan de cómplices que conformaron una banda secreta llamada los Arganautas. Como en esas películas donde se prepara un gran golpe y se van uniendo a la banda el experto en cajas fuertes, el maestro en fugas, la reina del disfraz, el falsificador… todos han sido necesarios para preparar la aventura en sus inicios. No era fácil: construir una cabaña y pasarla por el río y la montaña, como una especie de Fitzcarraldo navarro. Pero la zona es muy carlista y eso se respira en la atmósfera. Nos defendemos mejor sin gran artillería. Como ves, para mí el capital ha sido sobre todo humano. Nunca pienso en dinero ni antes ni después de la película, creo que todo eso pervertiría el espíritu y la chispa con la que se hace una aventura de este tipo. Nunca uso la palabra producción en los créditos, prefiero quedarme en una honestidad más artesana. Y más imperfecta. Esta película está hecha porque la necesitábamos. Y es una película no hecha para vivir, sino para sobrevivir.

4. Cuando leo sobre ella, no puedo evitar acordarme del título de ese gran libro de Tarkovski, “Esculpir en el tiempo”. ¿Entiendes así este trabajo? 

Permíteme una broma, podría ser también “Escupir en el tiempo”, o por lo menos en los relojes. Un objeto que ha presidido los cuatro meses que estuve aislado en la cabaña y en ese bosque de mi infancia ha sido el gran reloj que dominaba en la cocina de la casa del pueblo de mi padre. Un reloj que me llevé y que había quedado parado para siempre a las 11 y 36 y 23 segundos. Para mí los cuatro meses allí han sido siempre esa hora congelada. Ha sido como vivir en una orilla sin tic tac… y sin el resto de máquinas que cada vez nos esclavizan más. Sin llaves, sin móvil, sin dinero… Por eso ir contra el tiempo, salirse de él como sentido maldito, tiene que ver con ese lema de Tarkovsky que citas, claro. Mi padre es capaz de clavar la hora exacta en aquel rincón del mundo y hasta el calendario mirando la altura del sol y las plantas que hay en ese momento en la orilla del río. A mí me interesa saber cuánto nos queda de conexión a todo eso, hasta qué punto somos capaces todavía hoy de sentir la caricia del primer fuego.

5. Tengo curiosidad por ese otro proyecto que tienes en marcha: «las ciudades visibles”. 

Es curioso pero todo ese trabajo fotográfico, que se puede ver en la web www.lasciudadesvisibles.com,en algún momento rozaba cierta ilegalidad o, vamos a decirlo de otro modo, cierta extrañeza ante la Policía. Las ciudades visibles es un recorrido fotográfico por ciudades por todos conocidas y revisitadas, en el sentido contrario al Marco Polo de Italo Calvino que ve por primera vez los lugares que describe. Se trata de ponerse la mirada virginal del mercader veneciano pero en plazas donde ya todos los ojos se han posado. Y ahí entra el reto y a su vez la extrañeza o sospecha ante la autoridad. Por ejemplo, Londres son fotos hechas desde las cabinas de teléfono rojas, para retratar la ciudad desde su mayor tópico. El estar encerrado en una de ellas durante horas tomando imágenes desde el interior puede provocar que un bobby se acerque y se encierre en la cabina contigo para preguntarte qué demonios estás haciendo allí… así me ocurrió y recuerdo que fue la primera persona que me llamó artista. Yo me presentaba en mi inglés trastabillado como a simple visitor, pero él insistía y al ver todas las fotos que llevaba haciendo desde las cabinas no dejaba de preguntarme si eran para un trabajo de arte. Así que acabé diciendo que sí, solo por librarme de la comisaría. Lo mismo me pasó en Roma fotografiando números y en Japón retratando sombras… en el fondo, el gran regalo que todos estos policías me hicieron, aparte del bautismo como artista, fue dar con una definición que trato de mantener desde entonces: “arte es lo inexplicable ante el orden”.

6. Por último, ¿Cuál será tu siguiente proyecto?

Gran duda. Como proyecto de largometraje nada hay en las manos. Quizás en la cabeza, no sé dónde nacen anatómicamente las películas, creo que en los pies. Las dos películas que he hecho de momento me las he encontrado caminando. Sobre todo La casa Emak Bakia. Y por ahí pueden ir los tiros. Si hago una tercera película será en la línea en la que Gaston Bachelard planteaba lo que él llamaba “las imágenes primeras”. Decía que las imágenes primeras son las que nos acompañan toda la vida y que en la mayoría de los casos son siempre tres. Al final todos recordamos la imagen de una casa, la de un árbol y la de un camino, decía el pensador francés. Mi primer filme hablaba de una casa. Mi segundo llamado Zumiriki se resume para mí en la historia de un gran árbol. Me queda entonces cerrar la trilogía con una película que hable de un camino. Igual es el camino que sirve de unión entre las anteriores películas, un camino entre la casa y el árbol, un camino donde no dejar nunca de andar.

 

Muchas gracias por tu tiempo y que sigan los éxitos. Nos vemos el 2 de Marzo en el Punto de Vista (Zumiriki inaugura esta edición del Festival pamplonés de documentales).

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