Desde el balcón de su casa, Junior y su amiga juegan a adivinar la desastrosa supervivencia de cada familia que se oculta tras las ventanas del edificio residencial de enfrente y, como el cine, nos resalta que las verdaderas historias, los interesantes dramas para mostrar y comentar, son los que se encuentran en cada persona, en cada vida. La película de Pelo malo nos narra el sueño de un niño, el reflejo de una cultura y la crítica a una política con un realismo que nos acerca al documental.
La directora que nos desvela esta situación tan polémica de un país es Mariana Rondón, una artista que ha logrado un enorme éxito internacional elaborando films de similar crudeza y postura crítica, como Postales de Leningrado (donde obtuvo el premio FIPRESCI y el de Mejor Dirección en Kerala, el ABRAZO de Biarritz y Premio revelación en Sao Paulo) o Calle 22, (ganador de 22 premios internacionales). La directora asegura que, tal y como se muestra en su película, el rol de la mujer en Venezuela se ha revestido de masculinidad y dureza, por eso es sorprendente el papel de Samantha Castillo, quien lucha por mantener a sus hijos y buscar un trabajo en un país donde la mujer busca posicionarse y establecer su poder a través de una actitud masculina o vendiendo su feminidad. No obstante, es su hijo, Junior (Samuel Lange Zambrano), quien exhibe esa actitud rebelde del pueblo venezolano hacia una política absorbente buscando encontrar su identidad y dar valor a sus sueños. Aunque Mariana Rondón asegura que su obra es una historia que se apoya sobre una realidad latente y cercana en su país, la trama nos recuerda a otras obras que trabajan temas similares (el enfrentamiento paternofilial) como Kauwboy, de Boudewijn Koole, y al lenguaje dramático de Bardem.
La mirada silenciada de toda esa gente es remarcada por planos abiertos a captar la expresión de un niño que indaga en las inquietudes de su madre y en los ojos de una mujer que siente la presión de la crítica social al dejarse llevar por el temor y el prejuicio a que su hijo pueda ser diferente. Narrada con un lenguaje sutil, lleno de contrastes a través de juegos de violencia e imágenes duras, la directora se atreve a rebelarnos la situación de violencia que se vive dentro de las familias de su país debido a la presión de una sociedad que ahoga a las personas, pero sin necesidad de expresarla de manera física o más latente. La cámara en mano y el ambiente ruidoso y cargante aumentan la sensación opresiva de esa sociedad sostenida sobre los miedos de su gente y coloca al espectador junto al niño, tras el balcón, contemplando esos dramas y tomando juicio de todo lo que ve y puede prever que se oculta tras las ventanas de los hogares.
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