The Master

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Algo debe fallarle a “The Master” para no haber sido nominada en las grandes categorías de los Oscar. Sí están, por supuesto, sus principales intérpretes pero la academia ha decidido que no es merecedora de optar a las categorías de mejor director y película. Aparentemente lo tiene todo: es un drama de esos de tono elevado que tanto gustan en Hollywood, con escenas memorables y unos actores que se lucen en cada aparición (destacable una fría y calculadora Amy Adams, a la altura de sus partenaires). Además, está maravillosamente rodada por Paul Thomas Anderson y trata un tema que, pese al interés que genera, aun no está muy sobado.

Es cierto que la sensación que le queda a uno (al menos a mi) es que se trata de una sucesión de momentos magistrales, en la que el conjunto no llega a tener el mismo nivel. Tratando de encontrar argumentos detrás de ese razonamiento, llego a la conclusión de que, quizás, uno no recibe las respuestas que se van planteando. Es bueno que una película te haga pensar, dejando puertas abiertas pero creo que, en este caso, se trata de algo más estructural. Desde que los dos protagonistas tienen su primer encuentro hasta el final, parece no evolucionar en nada ni su relación ni sus actitudes.

A pesar de todo, es interesante el enfoque que propone hacia las sectas, sin posicionarse en un cómodo papel excesivamente crítico. En muchos momentos, parecen intuirse buenos propósitos en el líder que parece querer ayudar al alma en pena del protagonista. Es, precisamente ahí, donde se plantea un interesante debate sobre quién se aprovecha de quién o, incluso, quién necesita a quién.

El sobreproteccionismo del líder hacia su gente, recuerda a la actitud enfermiza que tenía hacia sus hijos el padre de familia de la griega “Canino”. La mirada ingenua que Joaquim Phoenix adopta es como la de aquellos hijos que seguían fielmente a su guía, como los feligreses siguen a su Dios. Según el propio Philip Seymour Hoffman afirma en la película, todo el mundo necesita adorar a alguien. Anderson responde inmediatamente y de manera genial a esa afirmación, mostrando en la secuencia final el verdadero poso que toda esta experiencia ha dejado en la cabeza del protagonista.

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