Madre coraje en el Victoria Eugenia

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Hoy se han enfadado conmigo porque no he dicho que la obra fuera una maravilla. Madre coraje de Bertolt Brecht, producido por el Arriaga. 

Por partes. El concepto de moda ahora mismo es “trumpismo”. Dentro del trumpismo, la posverdad. “Posverdad” es simplemente una manera bonita de decir “mentira”, pero no una mentira cualquiera, una mentira emotiva. 

Porque para un “lider” es muy fácil engancharnos si busca nuestra emoción. Una vez en la emoción, lo racional se echa a un lado y nos entra cualquier tipo de mensaje que ,si nos paramos a pensar, nos parecería una locura. El camino, lo hemos visto otras veces, acaba en desastre.

Pues resulta que Bertolt Brecht ya tenía todo esto muy claro allá por el año 38/39. Para situarnos, año de “Lo que el viento se llevó” o “El mago de Oz”. 

En aquella época, mientras unos agitan banderas, Brecht está hablando de manera simple y cruda de lo cruel y el sinsentido que es la guerra. 

En el teatro, Brecht se convierte en el máximo exponente del “efecto distanciamiento”. Hace que sus obras no vayan a lo emocional, hay que coger distancia con lo que pasa; rompe la cuarta pared para que el actor hable con el público, se ven focos y patas o mete canciones y cambios de ritmo que parece que no vienen a cuento.

Y así consigue justo lo contrario a lo que se pretendía en el teatro: con Brecht no hay catarsis. El público permanece consciente, sabiendo que esto es un teatro. Lo que hay es un entendimiento racional de lo que implica la guerra. 

Claro, la propuesta de hoy del Arriaga tiene que funcionar hoy, y se mueve en un delicado equilibrio en el que por momentos nos lleva a esa emoción aprovechando la música, pero en otros parece incluso seco, mostrando, por ejemplo, muertes o violaciones sin tampoco empotrarnos muchos gritos y lloros. Todo el elenco perfectamente en su sitio, aunque sospecho que no es una obra fácil de disfrutar porque se mueve por un terreno diferente al habitual, con esta emoción descolocada. Además, como aportación contemporánea, tenemos a dos mujeres en el papel de los soldados que daría para otra buena reflexión.                                  

En resumen, no puedo decir que sea una maravilla de obra de teatro, ni la original ni la del Arriaga, porque lo que he visto, pienso yo, no pretendía serlo. Es algo mucho más urgente. Lo veo como un esfuerzo inmenso por explicarnos los horrores de la guerra y entonces el resto, claro, me da muy igual. Incluso, asimilando inconscientemente cómo trabaja Brecht, esta obra parece un esfuerzo para que el público resista a esos mensajes simples y emocionales que, como hemos visto otras veces, acaban en desastre.

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