Debido al fallecimiento del dibujante y humorista Joaquín Salvador Lavado Tejón conocido como Quino, la semana pasada, Luis Gasca que era amigo suyo, me ha hecho llegar estas líneas con datos curiosos de cómo lo conoció y de su relación con el genio argentino.
En 1969 recibí una propuesta de alguien a quien no conocía personalmente. El argentino David Lipszyc me propuso colaborar en la que iba a ser el primer Congreso Mundial de la Historieta auspiciado por el centro Torcuato di Tella, en Buenos Aires. Durante un mes, colaboré con entusiasmo en la difícil labor de traer a dibujantes como Burne Hogarth y Jesús Blasco, montar una exposición con la ayuda de Oscar Masotta y organizar las mesas de debate sobre un arte que aquí se llamaba tebeo. Tuvo la inmensa suerte de conocer y tratar a futuros dioses del cómic destinados a ser pronto famosos, como Guillermo Mordillo Hugo Pratt, Breccia, Salinas, el guionista Héctor Oesterheld, la creadora Marta Minujin, tantos héroes argentinos de un mundo que crecería imparable.
Y entre ellos a un flacucho hijo de inmigrantes españoles, nacidos en Fuengirola. Se llamaba Joaquín. Le conocí como Quino y fue quien junto con su mujer Alicia, me descubrió el barrio bohemio donde vivía, San Telmo, paraíso de anticuarios y libreros de viejo al que he fiel y asiduo visitante en todos mis viajes posteriores.
A la sombra de este Congreso hoy tan legendario como de corta vida, nacieron los de Bordighera, Lucca, Angouleme, Barcelona y los Quino fueron viajeros y ayuda de todos ellos. Otro argentino chalado como nosotros, Marcelo Ravoni creó con su genial compañera, Coleta, la agencia Quipos para difundir la obra de Quino por medio mundo.
Durante 5 décadas, se dice pronto, hemos compartido cenas afortunadamente interminables. Cuando mis cuatro hijos eran pequeños, les dedicó a cada uno; a Mafalda la rebelde anti sopa, a Manolito que era otro hijo de inmigrantes, al soñador Miguelito y a la chismosa Susanita. En Puerto Madero se puede visitar el banco donde sestea Mafalda, más fotografiado que la torre de Pisa. Ellos y todos nosotros, estamos hoy bien tristes y me cuesta escribir con erratas estas líneas.
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