I ORIGINS

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I_Origins_posterMike Cahill, después de “Otra tierra”, regresa al tema de lo sobrenatural con “I Orígenes”. A pesar de su corta carrera cinematográfica, este autor suele dejar al espectador con el asombro y la incógnita. En esta ocasión, la película sigue el proceso de investigación de un Doctor agnóstico, quien persigue alcanzar el mayor descubrimiento científico de la historia de la Humanidad, comenzando con sus pasos más científicos y racionalistas hasta que estos quiebran y han de dejarse conducir por la fe.

A lo largo de la historia, el director no habla ni defiende ninguna religión en concreto, sino que insiste en la raíz que las une, la espiritualidad, contraponiéndose a la anulación de la transcendencia. Hablando a través de imágenes y metáforas, Mike Cahill explica cinematográficamente al público qué es la fe; da razones lógicas y visibles a las preguntas más racionales y científicas sobre la existencia de la espiritualidad y lo hace escogiendo como protagonista a un agnóstico científico (Michael Pitt) que busca, obsesionado, destruir la idea teológica de que el ojo, único en cada ser humano, es la puerta hacia el alma. Su trabajo en el laboratorio se asienta en el análisis comparativo de las células y reacciones visuales de los animales y de las personas, buscando demostrar que los dones sensitivos del ser humano tienen una explicación evolutiva que se puede transgredir científicamente y que, por lo tanto, no provienen de la divinidad. Sin embargo, su teoría se derrumba en cuanto una serie de señales y conexiones le conducen hacia una persona (Astrid Bergès-Frisbey) que, desde la primera vez que se encuentra con sus ojos, siente que ella ya formaba parte de su vida desde mucho antes.

Hay que señalar que la mezcolanza de ideas, científicas y espirituales, buscando la unidad de todas ellas en lo común (la espiritualidad), convierte esta película en una teoría difícil de creer; no obstante, la investigación llevada a cabo por el director para abordar un tema tan complejo y tan debatido hoy en día (el combate entre la fe y la ciencia sobre el origen de la vida) convierte el filme en una obra extraordinaria e interesante para reflexionar. No obstante, a veces el guión se pierde en la trama romántica de los protagonistas, haciendo difícil de averiguar la verdadera intención del autor: enternecer con un amor casual y pasional,  o  dar respuesta a la pregunta más compleja que se ha hecho el hombre a lo largo de la historia.

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Las herramientas más empleadas por el director en esta película no son las narrativas, sino las visuales, que hasta incluso los personajes se convierten en una expresión de ello. Michael Pitt (“Hannibal”, “Fanny Games”), interpretando al agnóstico, remarca esa postura distante y excesivamente racional con una interpretación aún más marcada, a veces silenciosa, pero sobretodo destacada en la pregunta, la observancia. En cambio, Sofí, interpretada por una cálida y misteriosa Astrid Bergès-Frisbey (“Piratas del Caribe, en mareas misteriosas”, “Juliette”, “El sexo de los ángeles”), es la personificación de la incógnita, de esa pregunta sin respuesta, lejos de ser científica y racional, que tanto busca nuestro protagonista. Por otro lado, hallamos la omnipresencia del ojo (de nuevo ese órgano dominante en otras películas que también abordan temas complejos sobre la esencia del ser humano, como “Blade Runner” o “Minority Report”), la captación de la luz (símbolo de lo transcendente) y las metáforas en los diálogos, son otros recursos muy recurridos por el artista en esta obra.

Al igual que Ian, nuestro doctor ateo, en su última película Mike Cahill nos conduce hacia la luz que se oculta tras una puerta. Como autor y director, nos plantea la teoría y nos deja con la pregunta que oscila entre la incredulidad y el asombro, buscando que el observador decida si quiere ser o seguir siendo esa lombriz, ciega a una luz que la rodea, ciega a la verdad.

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MARTA Gª OUTÓN

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