Por Kerman Arzalluz
I
La séptima edición del Pamplona Negra pendió de un alambre, como cualquier actividad cultural en estos tiempos pandémicos. Sin embargo, me consta personalmente que nunca estuvo en el ánimo de su máxima responsable, Susana Rodríguez Lezaun, suspender. La cita anual con los amantes de la novela negra se retrasó de sus fechas habituales, a finales de enero, hasta finales de mayo, y finalmente pudo celebrarse, respetando todas las directrices en materia de salud, y dentro de unos parámetros de cierta normalidad. “El mayor éxito de esta edición ha sido que se haya podido celebrar” -proclamaba la Directora del festival, al cierre del mismo. “Ya estamos pensando en la edición del año que viene y tenemos muy poco tiempo, porque esperamos poder hacerla en sus fechas habituales”, apostillaba la escritora navarra, con satisfacción por el trabajo realizado en unas circunstancias complicadas, e ilusionada por hincarle el diente a la planificación de la octava edición.
El festival se articula en tres bloques principales: los talleres de novela negra y criminología, las mesas redondas y la sección “El crimen a escena”. Y dado su carácter transversal y multidisciplinar, se completa con otras actividades como el cine negro, el teatro, los conciertos o la gastronomía negra -que en esta edición no se pudo celebrar-, además del espacio de firmas al término de cada jornada, una actividad que posibilita el deseado encuentro entre autores y lectores. Las cinco primeras jornadas, del 24 al 28 siguieron el patrón de los tres bloques reseñados, y es la jornada final, la del sábado 29, la que varió su guión, arrancando con un Taller de cómic, para continuar con una charla en el marco de la Feria del Libro de Pamplona, un café-charla por la tarde, y el broche final con una actuación musical que precedió a la clausura. Como actividades paralelas, los talleres y los clubes de lectura de las bibliotecas navarras, en fechas que van más allá de las propias del festival.
Los talleres de novela negra y criminología corrieron a cargo del televisivo Manu Marlasca y los escritores José Luis Ibañez y Kerman Arzalluz, por partida doble en el caso de este último, al impartir su taller en castellano y en euskera.
En las mesas redondas tomaron parte un buen puñado de autores: Graziella Moreno, Antonio Lozano, Félix J. Palma, los propios Marlasca e Ibañez, Noelia Lorenzo Pino, Miguel Izu, Guillermo Galván, Luis Zueco, Lluis Llort, Mikel Santiago y Susana Rodríguez Lezaun. A lo largo de las jornadas charlaron sobre la tendencia actual en novela negra -el true crime -, así como sobre los detectives, los crímenes de otros tiempos y los crímenes sorprendentes. También trataron las características de su literatura, sus obras y los trabajos que se traen entre manos.
Y entre todos ellos me atrevería a señalar a Elia Barceló como estrella invitada -no en vano se reservaron un espacio y nomenclatura propios para la actividad programada con ella-: el Diálogo que la escritora navarra Laura Pérez de Larraya mantuvo con la escritora alicantina.
II
En este bloque, la crónica de una semana de literatura negra se vuelve más personal y, por tanto, más subjetiva, diría que más interesante, también, porque alude a determinados encuentros y situaciones, que se producen fortuitamente y en contadas ocasiones. Me explico. No es lo mismo acudir a un evento cultural como mero espectador que como ponente o en calidad de espectador y ponente. Ver lo que hacen los demás, cómo lo hacen, cómo lo cuentan. Contrastar las capacidades propias y ajenas es un ejercicio muy interesante para un creador. Moverse entre bambalinas da mucho de sí porque permite conocer a los escritores en el ámbito de la privacidad y, por tanto, de la naturalidad y ahí se pueden generar complicidades entre colegas de lo más interesantes; el backstage es esa cara B del disco que a veces esconde una joya. Es ahí donde normalmente uno extrae la información, la anécdota o el aprendizaje.
Compartir mesa, primero, y cerveza, después, con Elia Barceló, me recordó, salvando las distancias, a lo vivido en el Festival de Cine de San Sebastián de 2016. En aquella ocasión, esperaba sentado en mi butaca el inicio de Elle, de Paul Verhoeven, cuando se sentó a mi lado una joven y comenzamos a hablar. Era la película de las 22h, la última del día, ambos estábamos cansados, por diferentes motivos, y nos conjuramos para que la película fuera buena. Ella me dijo que no había visto ninguna porque había pasado todo el día de reunión en reunión, intentando vender su producto, una película que estaba rodando, pese a innumerables trabas. Finalmente, resultó que Elle nos encantó, que ella era Andrea Jaurrieta, directora de cine pamplonesa que peleaba por sacar adelante su Ana de día, que lo lograría, y en 2019 sería nominada al Goya a la Mejor Dirección Novel. ¿A qué viene todo esto, dónde se establece el paralelismo con Elia Barceló? Pues en que en uno de esos momentos “en off”, fuera del programa de actividades, compartí mesa y mantel, como decía, con varios autores, entre ellos Elia Barceló. Desconocía por completo que comía, codo con codo, con “la dama de los mil mundos”, una escritora versátil, prolífica – autora de más de treinta novelas -, traducida a veinte idiomas, con más de quinientos mil ejemplares vendidos, multipremiada… todo eso lo supe en el citado Diálogo, en la Sala de Cámara de Baluarte, al que asistí como un espectador más; por cierto una entrevista de Laura Pérez de Larraya, llevada con buen pulso y desde el conocimiento y la admiración, en la que Barceló dejó un par de perlas de esas que solo sueltan los verdaderamente buenos. Tres horas antes, ella, su encantador marido, una reputada criminóloga vallisoletana y yo hacíamos chistes sobre el caso real de una mujer que contrató unos sicarios para eliminar a su marido a través de milanuncios.com y, un servidor, muy dado a las ocurrencias espontáneas, daba una vuelta de tuerca al asunto y sugería que quizá en un futuro cercano llegaría a Lidl la semana del sicario, ya saben, calidad al mejor precio. Mi ignorancia y la cronología de los acontecimientos me permitieron conocer la cara A y la cara B, en este caso, primero la cara B y luego la cara A de la autora; cosas para recordar. Y de ella, sin lugar a dudas, destaco su curiosidad, en el breve espacio de tiempo que pudimos compartir se me reveló como una mujer preguntona, muy preguntona. ¡Esas ganas de indagar y de saber treinta novelas después! Una maravilla.
III
Quiero cerrar este escrito que se bandea entre la crónica informativa, la social y el anecdotario particular, dejando constancia de que el Pamplona Negra lo planifican, organizan y gestionan entre tres personas, lo cual produce bastante incredulidad, si bien es cierto que no sería posible sin la implicación de un buen número de colaboradores que permiten perpetrar el festival. El ambiente es familiar, trabajan con rigor y profesionalidad, pero no deja de ser un grupo de amigos del mundillo el que lo saca año tras año adelante – y ya van siete – con buen tino, por lo que se le augura un buen futuro, mientras organismos e instituciones arrimen el hombro también.
A título individual, solo puedo dedicar parabienes para el PN y sus representantes: Susana Rodríguez Lezaun, Eduardo Nanclares, Carlos Bassas, etc. El trato recibido fue cordial, las necesidades como ponente, plenamente atendidas; el ambiente distendido y fraternal; un placer, la verdad.
No sé si nuestros caminos se bifurcan aquí. En cualquier caso, tal y como les manifesté en varias ocasiones, quiero cerrar estas líneas recordando que:
“No soy uno de los vuestros…pero puedo hacer que parezca un accidente”
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