Últimamente me he topado con varios libros construidos en torno al número 3, y no me refiero a las series compuestas de tres libros -trilogías-. Que recuerde: Trilogía de la guerra, de Agustín Fernández Mallo; El silencio y los crujidos, de Jon Bilbao; y La trenza, de Laetitia Colombani, que en estas líneas quiero comentar. Normalmente, ese “3” conlleva una división del libro en tres bloques, que pueden ofrecernos: tres etapas de la vida de un solo personaje; la vida de tres personajes con el común denominador de un contexto o un tema; las vicisitudes de tres personajes que finalmente se relacionan en un ulterior y definitivo bloque, o las de tres que se entrelazan a través de pequeños detalles, que ellos desconocen, haciéndolos más parecidos de lo que jamás sospecharían. Nos nos olvidemos el retrato de familia desde el punto de vista de tres de sus miembros –El ruido y la furia– o las vidas de tres vecinos de un bloque de viviendas en la más reciente Tres pisos, de Eshkol Nevo. Las posibilidades son tantas como el deseo y la capacidad de explorar los límites y las posibilidades de la creación y el juego literario.
El número impar está para romper, para acabar con el equilibrio y deshacer paridades y ententes; la misma razón por la que unos lo rechazan, otros lo consideran interesante: rompe el orden y la armonía.
En La trenza nos encontramos con tres personajes: Smita, una intocable de la India; Giulia, hija de un pequeño empresario de Palermo; y Sarah, una exitosa abogada canadiense; o lo que es lo mismo, una fiel y radical representación de tres diferentes estatus socio-económicos: Smita, perteneciente a la casta más baja de su sociedad; Giulia, una mujer emprendedora, que no va a ceder a la primera ante las serias dificultades que atraviesa el negocio familiar; y Sarah, socia de un bufete de abogados de éxito, con una carrera labrada a base de esfuerzo y toda la dedicación del mundo.
La estructura del libro es sencilla; prácticamente a lo largo del mismo se van intercalando breves capítulos en los que cada una de las mujeres nos muestra su historia: Smita-Gulia-Sarah, Smita-Giulia-Sarah, y así, de forma sucesiva, prácticamente hasta el final, en el que en ocasiones se rompe el orden, alterando la sucesión de las historias. Estructura, como digo, sencilla, lenguaje sencillo, de manera que la historia de cada una de ellas va avanzando hacia su final, que en el remate del libro se convertirá en un final común, en un epílogo que une sus tres vidas a través del elemento mencionado en el propio título del volumen. No se trata de un spoiler -y tampoco tendría mayor relevancia-, La trenza no es una novela de suspense. Si bien es cierto que guarda su pequeño secreto, es fácil adivinar, tras la lectura de ese primer bloque Smita-Gulia-Sarah, prácticamente desde el inicio de la novela, cuál va a ser el final, el nexo, lo cual no resta un ápice de interés a la obra, mientras disfrutamos de una lectura ágil que nos hace avanzar gustosamente por el periplo vital de estas tres mujeres bravas y con personalidad.
Una novela que se lee del tirón, de prosa y estructura sencillas -no nos equivoquemos con la palabra “sencilla”, no tiene nada que ver con “simple” y, mucho menos, con “simplona” o “carente de riqueza”, la apariencia de sencillez esconde casi siempre un trabajo excelso y pulcro de depuración, un complejo andamiaje durante el proceso que el autor luego elimina sin dejar ni rastro-
Una novela que parte de una idea original, que es lo mejor que le puede pasar a una novela, en particular, y a un proyecto artístico, en general; que toca la fibra sensible sin ser sensiblera, que se lee con fluidez y placer; un texto que muestra mujeres con coraje en un mundo de hombres, en mundos muy distintos de hombres, en los que cada una tiene que librar su particular batalla para sobrevivir y hacerse valer. Una novela que ha vendido más de un millón de ejemplares en Francia y ha sido traducida a más de treinta lenguas.
Una buena lectura para una de estas tardes postrimeras del verano. Acompañada de trinaranjus o de tres cañas, eso sí.
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